RELATOS

 

Como zapatos nuevos

 

Te comprás unos zapatos hermosos. Salís con una sonrisa de oreja a oreja como la que lleva quien está de estreno. Te molestan un poco pero pensás que es normal, son nuevos. Ya van a ceder. Caminás una cuadra, dos, las que tenés que caminar. Cuando te querés acordar, te ampollaste. Y es como si tu piel dijera: “Yo por las dudas voy a crecer más fuerte; la próxima vez que quieras lastimarme con esos zapatos horribles te vas a encontrar con esto. Al menos se te va a complicar más que la primera”. Y entonces llegás a tu casa y apenas cruzás la puerta te descalzás, odiando el momento en el que se te ocurrió caminar tanto con los zapatos nuevos. Se veían tan lindos… Parecían tan cómodos… O tal vez cuando los probaste la primera vez, sentiste una pequeña molestia pero no te importó. ¿A quién le importa que duela un poco si son tan lindos?
Y pasa el tiempo, las ampollas sanan y ahora tenés un callo horrible. Hasta la palabra suena fea. Pero es como si tus pies se hubieran resentido con vos y te desafiaran. Cuanto más uses esos zapatos, más duro se va a poner. Cuanto más camines e insistas en soportar el dolor de lo que agrede donde ya antes fue lastimado, peor.
Un día descubrí que mi corazón actuaba bastante parecido. Cuanto más insistía en soportar lo que me dolía, más duro se ponía. Cuanto más dejaba entrar a quien no me quería, más fuerte se hacía. Y es que pasa el tiempo y las decepciones no son menos graves. Las frustraciones no son más livianas. Los problemas no son más fáciles de resolver. Alguna gente sigue golpeando igual, envenenando igual, marginando igual, mintiendo igual. Nada es menos grave pero se siente menos. Y es que creo que a todos se nos endurece un poco el corazón con el tiempo. Se nos blinda, se nos acuartela en el pecho. Y qué sería de nosotros si no se resintiera así…

Anónimo, 5° Año, 2.016

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Un mundo perfecto.

¿Quién nunca tuvo en mente, a los 13 años, tener una hermana pequeña? Sé que no era la única y eso quería: alguien a quien mimar siempre como una nena a su mejor peluche; pero no tomé en cuenta una cosa, cuánto la iba a amar, amarla hasta que me lastime por completo.

Mi visión del mundo era muy errada, pensaba en lo normal y lo raro. Lo que no pertenecía al mundo naturalmente… y así fue como entré a la habitación de mi mamá en el hospital: con la mente recortada.

Todo el mundo aprende de sus errores, equivocándose o viviendo la experiencia. Sin suerte me tocó vivirla aquel día cuando apenas vi a mi hermana y me dijeron que tenía Síndrome de Down. La sensación del planeta cayéndose no es para cualquiera y menos si a pesar de las lágrimas y el dolor de tus papás hay que sonreír. Sonreír sin importar todas las cosas malas, atragantándote con el nudo en el pecho o la “pisada de un elefante” como muchos le dicen. La vida se dio vuelta, mi vida, ya nada iba a ser como antes. Los problemas que tenía se volvieron invisibles pero este sobresalía.

¿Cómo nos damos cuenta que somos fuertes? Aprendiendo a aceptar y superar. Recién, tres años después pude aceptarlo: Después de pelearte mil veces con tu conciencia porque preferís estar vos en su lugar y que ella logre una vida fácil, entendí que lo único que se puede hacer para mejorarlo es darle todo de uno porque el amor lo es, es todo lo diferente a la rutina y a una via estructurada que comienza desde nuestro primer llanto al nacer.

Un mundo perfecto es a base de los sentimientos y no de las habilidades. La felicidad crece cuando podes compartir tu todo con una persona. Así planee actualmente, después de varias caídas, que la vida de mi hermana sería perfecta porque siempre va a regalarme su persona y yo a darle lo que necesite en este mundo que cada vez está más roto, cada vez más imperfecto. Puedo decir que su sonrisa, su voz, sus besos y sus abrazos me hacen cada vez más fuerte, cada vez más feliz.

¿Cómo cambia la manera de pensar o vivir? A través del amor.

Sol, Quinto año, 2016.

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